Era una señora que tenía demasiados puercos y no sabía qué hacer con tantos.
Un día le dijo a su hijo que tenía que deshacerse de ellos.
El batillo se queda pensando:
¿Cómo le haré?, ¿cómo le haré?
¡Ah, ya sé, a cada persona que pase le aventaré un puerco!
En eso que va pasando una viejita, y !zas¡ que le avienta uno.
Después pasó un chavo, y le avienta otro; en eso va pasando un borracho,
y ¡zas! que le avienta otro.
Entonces el borracho le grita:
¡Por qué no me avienta a su madre!
¡Y zas, que le avientan a la puerca!
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